Me impresinó ver aquel mecanismo que abría y cerraba la compuerta de la acequia tan bien engrasado. Y me paré a observar el trabajo que realizó el encargado de tener en su punto esa espiral infinita, preparada para que por sus estrías pueda desplazarse, sin esfuerzo alguno, la rueda que levanta la pesada puerta, que a su vez permite que el agua fluya por un camino u otro.
Movimiento caprichoso, que aparentemente se podía conseguir con el leve empujoncillo del dedo índice, gracias a que el encargado tenía engrasado el mecanismo de la compuerta.
Además de observar su trabajo, por un momento tuve la tentación de girar esa rueda para sentir como ese aceite permitía la fricción silenciosa entre dos hierros ásperos y oxidados… aunque al final decidí quedarme con la curiosidad.
Me encanta esta foto.