Me encanta el ajetreo de los mercadillos. Nada pasa por casualidad en el clima de caos armonioso en el que se desarrollan. Unos van y otros vienen, marcando una fantástica coreografía que aunque fuera ensayada no saldría tan perfecta. Podemos jugar a parrar durante un instante ese ir y venir de gente que acarrea ilusiones y preocupaciones, pero el mercadillo no para hasta que, lentamente, sus actores (ninguno secundario, todos protagonistas) abandonan el escenario para dar fin a la función callejera