Durante estos días he asistido con cierto interés a los cambios lingüísticos que propone la Academia de la Lengua Española. Desde mi perspectiva de usuario del español como idioma materno (sin mayores pretensiones que la de usarlo sin desacatos, que no es poco), me cuestiono si muchos de estos cambios tienen sentido o responden a una necesidad idiomática.
Me parecen bastante banales algunas discusiones, dicho sea con el mayor respeto y en términos de estricta defensa, teniendo en cuenta que a la mayor parte de la población, todo esto, ni le va ni le viene.
Quizá bastaría con que algunos de los vocablos que forman parte de la vida real fueran admitidos por la RAE para sentirse partícipes, por decirlo de alguna manera. O que los escolares, cuando buscan en el DRAE la palabra petanca (como le pasó a mi hijo), no se encuentren como definición especie de juego de bochas, teniendo en cuenta que la palabra bocha no aparece definida en el DRAE.
Afortunadamente, una imagen vale más que mil palabras.