Ayer se produjo un curioso fenómeno en España… El país entero se vio inundado por una marea ciudadana que revindicaba la inviolabilidad de los derechos sociales, conquistados tras décadas de esfuerzo.
Esa marea humana, que a veces era de color blanco, otras de color verde, y otras de color naranja, fue la respuesta en la calle de una sociedad que demostró que hay cosas que son innegociables en nuestro modelo de convivencia, como los servicios sociales, la salud o la educación, valores que nunca estaremos dispuestos a dejar en manos del mercado ni de los especuladores.
En un escenario que llaman crisis, que no es otra cosa que el resultado de una estafa, esta marea ciudadana demostró ayer que los sacrificios tienen un límite, y que hay principios que nunca se deben tocar, porque en base a ellos hemos conseguido articular un modelo de convivencia, aunque siempre pueda ser mejorable.
Esta marea humana desarrolla mecanismos difíciles de explicar. Es una marea con flujos, pero sin reflujos. Es una marea que solo suma y nunca resta. Sin intereses partidistas, sin proclamas ideológicas. Recibe la fuerza de la convicción de una ciudadanía que sabe cuáles son son sus valores a los que nunca renunciará.